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Terreta Radio
Manuel González, Alicante
El Hércules caminó este domingo por la cornisa de su historia reciente, mirando hacia abajo con vértigo, sin encontrar respuestas ni en el césped ni en el alma. El José Rico Pérez, vestido con la ilusión que aún resiste entre la hinchada blanquiazul, fue testigo de una nueva frustración: derrota por 1-2 ante un Algeciras que no necesitó ser brillante, solo ordenado, para llevarse el botín.
El sol pegaba sin compasión en Alicante y también en los ánimos de un equipo que saltó al campo como quien entra en una habitación vacía: sin nervio, sin ideas. No hacía falta mirar el reloj para saber que algo iba mal desde el primer cuarto de hora. El centro del campo del Hércules era una tierra de nadie y el rival lo supo. Fue cuestión de tiempo. En el minuto 33, el balón cayó muerto en el área tras un saque de esquina y Paris Adot lo empujó con la frialdad de quien sabe que nadie va a molestarle.
El gol no fue un accidente; fue un síntoma. El Hércules, con la brújula averiada desde hace semanas, vivía de espasmos. En la grada, las miradas ya no se cruzaban con esperanza sino con resignación. Hubo intentos aislados, sí, y alguna arrancada de garra tras el descanso. La chispa llegó, cómo no, de los pies de Coscia, que encontró el empate con un remate tan rabioso como solitario. Fue un grito en medio del silencio.
Pero la esperanza duró lo que tarda en girarse un rostro en la grada. Apenas seis minutos más tarde, un nuevo despiste defensivo permitió a Escudero, recién ingresado, colarse entre líneas y fusilar sin contemplaciones. El segundo del Algeciras cayó como una losa. Desde entonces, el Hércules fue un equipo al que se le apagaron las luces, condenado a intentos desordenados y centros que morían antes de nacer.
En el banquillo, Rubén Torrecilla apenas gesticulaba. Su rostro era el reflejo de una temporada que ha ido de más a menos, y que ahora, en su tramo decisivo, amenaza con dejar al equipo al borde del abismo. No hubo rebelión, ni siquiera orgullo final. Solo un pitido que supo a juicio.
El Hércules ha encajado su decimoquinta derrota de la temporada. Pero más allá de los números, lo preocupante fue la ausencia de identidad, de mordida, de colmillo. El Rico Pérez se vació entre murmullos y dudas, mientras los de Algeciras celebraban no solo la victoria, sino la permanencia matemática. Ellos sabían lo que se jugaban. El Hércules aún parece no saberlo.
Dos jornadas quedan. Dos oportunidades para cerrar el telón con algo más que lamento. Aunque lo que más necesita este equipo no es tiempo. Es alma.
Escrito por Adm-TRD
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